El proceso de despertar 

Todos nosotros echamos raíces en la Tierra para, desde ahí, construir  nuestra vida. Cuando nacemos, somos criaturas indefensas, a merced de  los poderes de la Tierra y de la sociedad en la que vivimos. De niños,  absorbemos una enorme cantidad de estímulos y esa energía la  almacenamos en nuestro cuerpo emocional. Muy al principio, aún no está  nada claro quiénes somos en medio de esos estímulos e impresiones. Pero  paulatinamente va formándose un «Yo», un punto central en ese campo  energético que somos. Gradualmente, un suelo se tiende bajo nuestros pies  y en nuestro corazón surge una inspiración que es única para cada una de  nosotros. Y al decir «nosotros», estoy refiriéndome a nuestro yo superior, a  nuestra alma. 

Cuando encarnamos, damos un salto al vacío, nos entregamos; nos dejamos inundar por las impresiones de cada nueva vida. Así, nuestra  personalidad terrenal queda condicionada y constituida por las numerosas  impresiones que recibimos. Pero en nosotros también hay un lugar  silencioso, un espacio de paz que viene directamente de nuestra alma. 

Ese espacio de paz viene directamente de lo que llamamos el Paraíso, de  esa dimensión cósmica de la que procedemos. Y es el arte de vivir aquí,  en la Tierra, lo que, con el tiempo, restablece nuestra conexión con ese  lugar de silencio, ese espacio de paz en nuestro corazón, en nuestro  ser. A partir del momento en que nos encontramos en ese silencio, en ese  punto central, empezamos a Vivir —con «V» mayúscula—, dejamos de «ser  vividos» por las muchas influencias externas que determinan nuestras  emociones. Algo nace en nosotros, algo muy sólido que nos da orientación,  y en ese momento nuestro canal interior se abre.  Contamos entonces, aunque sigamos presionados por las numerosas  influencias que se ejercen en vuestra vida, muchas de las cuales realmente  no nos convienen ni nos nutren, con una fuerza opuesta.  Contamos con unos cimientos sólidos desde los cuales trabajar y así poder  centrarnos en el redescubrimiento de quiénes somos.

Idealmente, en una sociedad altamente evolucionada, este punto de  inflexión a partir del cual empezamos a encontrarnos a nosotros mismos en  medio de todas esas impresiones se plantea en la adolescencia. Una  sociedad altamente evolucionada fomenta en los más pequeños y en los  jóvenes un cierto respeto por la tradición, pero también los anima a  encontrar su propio camino en la vida y en la sociedad.  Una sociedad altamente evolucionada, en la que existe una  consciencia espiritual, en la que hay sabiduría y conocimiento sobre el  alma, anima a los jóvenes a encontrar su camino interior y a liberarse  por sí mismos de expectativas y tradiciones anticuadas

Por desgracia, esa sociedad altamente evolucionada no es aún una  realidad, por eso mucha gente alcanza ese punto de inflexión mucho más  tarde en su vida —o no lo alcanza. Puede ser que alguien no encuentre o  no reconozca o no sienta su propia alma, por lo que entonces «es vivido»,  literalmente.  

No obstante, la vida intenta despertarnos —nos hace señas, a veces en  forma de dolor o de crisis, para que vayamos hacia dentro, para que  escuchemos a nuestra alma. Con todo, las cosas serían muy distintas si las  personas fueran conscientes de su potencial y recibieran, a lo largo de su  crecimiento, aliento explícito de la gente de su entorno para encontrar su  propio camino.  

En cada uno de nosotros existe el impulso definido de permanecer en el  camino y de marcar una diferencia en nuestro entorno y nuestra sociedad. El camino es convertir ese impulso interior en una búsqueda cuya intención  sea encontrar nuestra propia voz y auténtica naturaleza. Ahondando en  nosotros y sintiendo nuestro propio deseo de despertar, de permitir  que fluya la energía de nuestra alma, de sentirnos inspirados, de  encontrarnos mediante prueba y error.

En cada uno de vosotros existe la fuerza impulsora, la determinación de  traer nuestra propia alma y espiritualidad a la Tierra. Es importante que  honremos y respetemos esa parte nuestra, ya que la necesidad de  desarrollarla es algo que el mundo aún no ha validado. Por tanto, dedicarnos  a su desarrollo nos exige valor y resolución, porque, al hacerlo, nos estamos  en cierto modo saliendo de las normas sociales.  Sentí ese poder y valor en tu interior. De alguna manera, ni siquiera es algo  que haces —sino algo que instintivamente tenemos que hacer. Y es señal  de madurez del alma cuando esta, siguiendo su propia naturaleza,  anhela un cierto grado de retiro y reclusión para volver a preguntarse  por qué las cosas son como son.  

Imagina que pones, literalmente, un pie fuera de la sociedad, entendiendo  esta como la aceptación sin cuestionamiento alguno de las tradiciones, los  miedos, las normas y los mandatos a los que nos adaptamos. Pero también  está esa otra parte de nosotros: ese pie que pusimos fuera de la sociedad.  Ahí llevemos nuestra consciencia, nuestra atención, e imagina que, en algún  paraje natural, tenes un lugar que refleja esa parte nuestra más rebelde.  Puede ser un lugar agreste en la naturaleza o cualquier otro lugar que te venga a la mente. Ese es el lugar donde podemos restablecer la conexión  con nuestra alma; donde nuestro canal puede abrirse a los impulsos  originales que desean manifestarse en nuestra vida.  

Imagina que estas paseando o sentado en ese lugar agreste en el que  apenas hay influencias humanas y aprecia lo mucho que te sentís como «en  casa». Es porque nos distanciamos, aunque solo sea un paso del mundo.  Ahí hay algo o alguien que quiere recibirnos y hacer que nos sintamos 

bienvenidos. Mira a tu alrededor. Puede tratarse de otro ser humano, de un  animal o de un guía, o quizás de una sensación, una fuerza. Sentí que sos  recibido con alegría. 

Somos habitantes de dos mundos. Cuando abrimos el canal a nuestra alma,  también nos convertimos en alguien que cambia las cosas en la Tierra,  porque el influjo de la energía del alma en muchos individuos es lo que poco  a poco va transformando esta realidad en una sociedad más evolucionada.  Al adentrarnos en nosotros mismos, conectamos con una dimensión interna  que constituye nuestro hogar en la misma medida que la Tierra, con todas  las cosas que nos resultan familiares.  Comproba si, al contactar con ese guía o esa energía en nuestro paraje  interior, podes recibir algún mensaje. Puede ser un mensaje sencillo de  amistad, aliento o apoyo —no tiene por qué tratarse de una instrucción. Hay  algo que se nos quiere entregar, por tanto, estemos receptivos. Tampoco  es necesario que sepas inmediatamente en qué consiste; lo único que  tenes que decir es: «Estoy abierto a recibirlo».  

La principal barrera de las personas a la hora de abrir realmente el canal a  su propia alma y sabiduría interior es que los pasos que han de dar las  llevan a través de esa barrera, pero fuera del ámbito de la sociedad  humana. Son pasos que exigen decir «no» a aquello del entorno que no va  con nosotros, y decir «no» exige valor y lucidez mental. Para que la energía  del alma pueda nacer en la Tierra, todos y cada uno tenemos que atravesar  la barrera del miedo y de las viejas actitudes y normas. Tenemos que  atrevernos a rechazar lo que se interpone en el camino hacia la energía de  nuestra alma. Y eso que se interpone casi siempre son las ideas,  opiniones y expectativas que asimilamos del mundo que nos rodea, así  como de nuestros padres, conocidos e, incluso, amigos y parejas. 

Ese camino, esos pasos a través y más allá de la barrera debemos andarlos  cada uno por nuestra cuenta. Nadie puede andarlos en tu lugar. Lo que te  lleva a dar esos pasos es tu dedicación interna y tu deseo de verdad e  inspiración. A veces necesitamos un empujoncito para dar esos pasos y en  la vida operan una lógica y una dinámica que terminan haciendo que lo recibamos.  

Repasa tu vida y comproba si experimentaste ese empujoncito con respecto  a algo que sucediera y que en ese momento no fuera agradable, algo que  resultara doloroso y que incluso pareciera abrumador y sin sentido, pero que  posteriormente te proporcionara algo muy valioso. Cuando todas las  certezas se derrumban, llegas automáticamente a ese lugar agreste de tu 

interior que nadie conoce y donde lo que aprendiste en el pasado deja de  ser útil. Se te empuja; se te expulsa casi.  

Es tiempo de aprovechar esas circunstancias para adentraros en nosotros,  para escuchar otra voz, una que se irá haciendo cada vez más audible a  medida que nos atrevamos a abandonar lo familiar y el pasado. Y cuando te  sientas enriquecido e inspirado por aquello que hayas recibido en tu paraje  agreste, ajeno a la sociedad, muchos querrán volver nuevamente a ella, y  así es como debe ser —ahí es cuando dejaremos que nuestra luz brille.  No obstante, requiere valor y fortaleza permanecer fiel a esa otra dimensión,  a la voz de nuestra alma, porque en nosotros también habita un niño  angustiado que aún busca la validación y la aprobación de su entorno,  incluso de aquella gente que sigue atascada en el pasado y sus creencias  limitantes. Aún hoy, que los demás nos rechacen puede herirnos  profundamente.  

Es por ello por lo que mantener encendida nuestra luz y permanecer  fieles a nuestra propia voz es, en realidad, un trabajo interior constante  que exige dedicación. Aunque ese trabajo —mantener despejada la ruta  interior y abierto el canal, descubriendo por nuestra cuenta que es necesario  un cierto tiempo de reclusión o de silencio— es invisible para la mayoría, es,  al mismo tiempo, el trabajo más funcional y práctico que podemos realizar  jamás. Y dicho trabajo incluye el valor de romper con las influencias, las  situaciones y la gente que ya no nos sustentan. En ese sentido, requiere un cierto tipo de fortaleza: la constancia y la audacia de decir «no», porque  solo así podremos conectar significativamente con la sociedad.

Esto exige una personalidad fuerte. Y con «personalidad fuerte» quiero decir  que somos conscientes de los miedos y dudas que aún existen en nuestra  vida; que somos conscientes de ese niño interior que aún busca  reconocimiento y aprobación fuera de sí mismo, y que lo respaldamos. Este  es el auténtico trabajo interior que constituye la base sobre la cual podemos 

estar en el mundo a la par que seguimos atendiendo y dando forma a la voz  de nuestra alma.  

Por lo tanto, es importante respetarnos a nosotros mismos. Insisto en esto porque no resulta obvio. Cuando logramos honrarnos y respetarnos,  creamos el espacio que necesitamos para realizar nuestro trabajo.  

La luz que llega a la Tierra nacerá gracias a las personas, y esa luz empieza  a brillar en el mundo mediante la transformación interna de cada uno de  nosotros. Nosotros somos el instrumento que hace posible ese nacimiento  y ser dicho instrumento requiere muchísima fuerza interior, valor y  dedicación.